Desenvolverse fluidamente en varios idiomas no es un don reservado para las mentes brillantes, ni para quienes aprendieron de niños o tuvieron mucho tiempo, dinero o condiciones ideales para estudiar. Descubre en este artículo cómo tu capacidad de aprender depende más de la conciencia que motiva tu aprendizaje, que de tus recursos.

 

Aprendí a hablar inglés fluidamente en once meses, francés en seis meses e italiano en cuatro meses. Contrario a lo que tal vez pienses, no aprendí de niña, ni soy una genio, ni aprendí en renombradas academias de idiomas.

 

Soy prácticamente autodidacta, aprendí de grande, viajando por el mundo con un morral y poco dinero viviendo desde la consciencia o “economía del regalo” o de la “riqueza profunda”. A través de esta consciencia, obtenía todo a través del intercambio, la colaboración y el beneficio mutuo, incluyendo el aprendizaje y la enseñanza de idiomas.

 

Tal vez te preguntarás en este momento, ¿qué tiene que ver esa consciencia con la forma cómo aprendiste idiomas tan fácil y rápido? realísticamente hablando.

 

¿Mi escuela y mis maestros?

 

Mi escuela fueron los hogares donde viví, la calle, el mercado, el autobús, el pub. Mis maestros fueron todos los seres humanos con quienes conecté durante mi travesía. Los desconocidos con quienes establecí redes de amistad, aprendizaje y trabajo. Los niños a quienes cuidé, amé y a veces, detesté.

 

Los oficiales de inmigración que casi me deportan, quienes me enseñaron la importancia de hablar clara, honesta y asertivamente. Tantas personas que de una forma u otra me hablaron, me escucharon, me dieron un espacio en sus casas y en sus familias.

 

¿Mi motivación?

 

La sed de aventura, de conocimiento, de superación, de supervivencia. La búsqueda del amor, de la libertad, de la sanación, de la diversión, del sentido y propósito de mi existencia.

 

La convicción de que mi vida era más que mi cotidianidad, la esperanza de encontrar mi lugar en el mundo, de encontrar estabilidad en la fluidez, de contribuir a hacer de este mundo un lugar más pacífico, más amable, más alegre, más amoroso para vivir.

 

¿Te parecen ideales muy grandes para aprender un idioma?

 

Piensa de nuevo. ¿Qué te motiva a aprender más allá de desear un mejor empleo o de pasar un examen?

 

Si analizas tus motivaciones, verás que todo lo que haces o dices en tu vida, incluyendo aprender o pulir un idioma, es una estrategia para satisfacer necesidades de fondo para ti: la sustentabilidad, la autosuperación, el afecto, la aceptación, la apreciación, el conocimiento, la autonomía, la conexión, la comunicación, la seguridad, la paz, la tranquilidad, la integración, la contribución al bienestar de tus seres queridos, de la sociedad, del mundo y muchas más.

 

Si logras identificar qué es eso tan importante que aspiras obtener aprendiendo o mejorando un idioma, encontrarás una motivación intrínseca mucho más poderosa y efectiva que la revancha, la disciplina, la obligación, la culpa o la frustración.

 

¿Aprender para competir?

 

Las familias, escuelas y sociedades en las que la mayoría de nosotros vivimos, evalúan nuestro desempeño por los logros obtenidos. Nos pasamos la vida tratando de ganarnos el respeto, valor, la seguridad y el amor que necesitamos a través de mil y una estrategias, incluyendo el aprender idiomas.

 

Muchas veces, cuando estudiamos un idioma pero nuestra memoria, pronunciación, capacidad de comprensión o expresión no es la que deseamos, o no corresponde al esfuerzo, tiempo y dinero que invertimos, nos sentimos frustrados, desmotivados y eso disminuye nuestra resiliencia.

 

 

¿Empatizar en lugar de competir?

 

Pensamos que si tuviésemos el tiempo, la inteligencia, el dinero o la energía para trabajar MÁS, lograríamos un mejor desempeño. Buenas noticias, puedes relajarte. Aprender requiere trabajar menos en tu cerebro y poner más atención a tu corazón.

 

Te enseñaré cómo:

 

Gracias a mi experiencia como aprendiz de idiomas y como profesora de idiomas para estudiantes con dificultades de aprendizaje, descubrí que de fondo, más allá de todos los “trastornos” o dificultades de aprendizaje, la comunicación es un tema de empatía, no de competencia.

 

Después de muchos años trabajando con alumnos que venían a mí reprobados y sin esperanzas puedo afirmar que en todos y cada uno de los casos, su falta de concentración, atención, análisis o memoria, tenía de fondo una necesidad emocional.

 

Una vez escuchaba atenta, curiosa y empáticamente al alumno, yo encontraba rápida y fácilmente la estrategia para lograr el objetivo deseado y el alumno, sin darse cuenta, lograba por sí mismo lo que deseaba. Así, un alumno que llevaba años reprobando, en pocas clases llegaba a ser el mejor de su salón.

 

El desconocido poder de la empatía

 

Esto lo descubrí estando en una isla remota en Escocia a mis diecisiete años, recién llegada a un lugar donde no hablaba el idioma. Llegué allí por serendipia, por mi curiosidad insaciable de conocer mundos nuevos. Y en efecto, todo era nuevo: la vida, la comida, el clima, la cultura, la gente y sus aspiraciones, sueños y códigos de supervivencia.

 

En aquella época no existía internet, así que no tenía posibilidad de comunicarme con mi familia.

 

El primer mes, estaba totalmente perdida. Al poco tiempo de mi llegada, ocurrió una tragedia natural en mi país, de la cual me enteré por televisión. No tenía conexión telefónica para saber si mi familia estaba viva y sentía un dolor enorme de ver mi pueblo destruido y yo sin poder hacer nada.

 

Por esas semanas, mi rendimiento escolar era bajo y no tenía la capacidad de expresar que necesitaba ayuda. Tras reprobar mi primera prueba de inglés, el profesor me envió al departamento de dificultades de aprendizaje y allí una maestra se sentó conmigo y en vez de regañarme, me preguntó:

 

  • ¿Cómo te sientes?
  • ¿Qué necesitas para sentirte a gusto?
  • ¿Cómo puedo apoyarte para que lo consigas?

 

De repente, mi mente empezó a funcionar. Empecé a entender, a hablar, a escribir en inglés. Las palabras que antes sonaban a “guachu-guachu” cobraban sentido.

 

¿Qué liberó mi inteligencia natural para aprender? Su empatía. Ella me veía, me escuchaba, se interesaba por mí, por lo que sentía y necesitaba. Su estrategia no era transferirme sus conocimientos. No me analizaba, ni me corregía, ni me daba consejos. Solo estaba conmigo, presente.

 

Esta profesora, de quien no sé ni su nombre, me enseñó que respondiendo a estas preguntas, podía aprender todos los idiomas que quisiera. Es más, podía aprender y lograr todo lo que quisiera en la vida. Tras dos o tres clases con ella, resulté ser la mejor alumna del salón. Por eso, ahora cada vez que me veo en dificultades, me hago las mismas preguntas.

 

Ahora yo te pregunto a ti:

 

  • ¿Cómo te sientes estudiando este idioma?
  • ¿Qué necesitas para sentirte más a gusto?
  • ¿Cómo puedo apoyarte para que lo consigas?

 

Me encantaría recibir tus respuestas.

 

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Hero Image by Satish Viswanath (CC BY-SA 2.0)