El verdugo no titubea a la hora de fustigar en una furgoneta en Lima a la maltrecha y enclaustrada víctima, quien padece extenuante el hierro de su verdugo. 

Había intentado escapar como había planeado: corriendo hasta el malecón, donde atada con un pulpito le habrían dejado preparada una lancha para cruzar el pantano cercano donde un avión recién aterrizado estaría esperando su llegada. Ella había se habría deshecho de todo, aligerándose así para la huída.

Pero el precavido verdugo, que ya ha tenido otros encontronazos y forcejeos con otras víctimas,fue la gran traba con la que no había contado y que le había arruinado el plan.

Mientras era golpeada, la víctima pensaba: ¿se dejaría sobornar con el único objeto de valor que tengo y que no es otro que mi colgante de diamantes?  Quizás podría ensalzar su sadismo, recalcar como en el momento de auge sus ojos brillan como fogones, recalcando/ensalzando así su pasión por el dolor.

Quizá podría decirle que tengo acciones, que soy alcista  y que tengo acumulada una gran fortuna que le entregaría a cambio de la libertad 

De repente el verdugo paró, miro a su víctima y le dijo. Puedo leer los pensamientos, y acepto tu fortuna, yo en realidad no soy feliz y debo fustigarme por las noches para devolverme cierta paz interior... pero me pregunto: si aceptara ¿Cómo encauzaríamos el plan, sabiendo que una vez iniciado no hay retroceso posible?