Era un día caluroso y el sol caía a plomo sobre un niño de diez años. El niño,
con los ojos pegado al suelo, fue andando paso a paso. No hablaba,
ni siquiera movía los labios durante todo el tiempo. Solo se concentró en
levantar un pie tras otro. Con la cara tiesa, estaba tan enfocado en lo que tenía
que hacer. El camino se extendía hasta el borde del bosque, donde había un palo
que sobresalía de la tierra. Una brisa suave soplaba y las ramas de los árboles
susurraban tranquilamente. El niño miró el palo, lo agarró y se puso a cavar.
Una caja azul se asomó del suelo. En cuanto la desenterró, el niño cepilló la
tierra restante y apareció encima de la caja las letras “El Corazón”, la besó y
la abrió. Habían papelitos, eran cartas escritas a mano. En cada carta
había una fecha por cada año que había pasado. En el rincón de la caja, había una
foto de una mujer y un hombre sonriendo y llevando un bebé. Sin hablar, el niño
sacó otro papelito de su bolsillo y lo colocó dentro de la caja, la besó y la enterró suavemente. Sonrió y retomo el camino por el que había
venido.