Ya estoy en la capital y cuando recorro sus calles empinadas de esta ciudad encalomada en lo alto de un monte y con dos ríos a sus pies, el gran Júcar y el pequeño Huécar, tengo la impresión de que estoy en un pueblo grande y no en una ciudad. Lo digo y lo escribo con todo el afecto del mundo porque tengo esa impresión por la atmósfera de hospitalidad, ternura y calidez del lugar y los conquenses.